Cuando todavía resuenan en el eco de las calles los tambores de las comparsas y el bullicio del carnaval, el calendario avanza inexorablemente hacia una nueva celebración. El pacense, arraigado en ambas fiestas, hace fácil la transición. Se puede ser carnavalero y cofrade. Se puede vivir con pasión el gran desfile de carnaval y, a la vez, sentir el recogimiento de una procesión en silencio en la penumbra de la noche. Desde luego que no es lo mismo disfrazarse que revestirse con una túnica de nazareno, pero en Badajoz sabemos darle a todo su tiempo y su lugar.