Solo el que ha estado cargando sobre su cuerpo a Cristo y a su Madre durante las largas horas de una procesión puede explicar que es lo que se siente debajo de un paso. El oficio de costalero es un trabajo sin jornal. Un esfuerzo sin recompensa aparente. Es una entrega total del que no pretende nada a cambio. Como el que sostiene en los brazos a un hijo, acunándolo hasta que queda dormido, el costalero pone el mismo amor para pasear a Dios y a la Virgen por las calles de la ciudad.